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Yo no sé si a ustedes les pasa, a veces me digo que son macanas, cosas que me invento para pasar el tiempo, pero hay una horita indecisa de la tarde en que la humanidad parece cambiarse el turno. En Milán por lo menos es así. La tropa empieza a dar muestras de nerviosismo ya a eso de las tres, tres y media, cuatro. A las cinco merodea en circulos, nerviosa, como esperando una señal. Cinco y media, todos a sus marcas. A las seis hay como un momento de suspensión, en el que se quedan quietitos, inmobiles, cada uno en su propia porción de espacio, boqueando como idiotas en el aire improvisamente límpido del anochecer, hasta que un balazo descomunal dá inicio a la estampida.
Patapúm!
Nadie dá bola a nadie, ni siquiera a si mismo - sobre todo a sí mismo- a ése punto del juego. Es ahí que de los últimos recovecos del dia empiezan a asomarse ellos. Los del turno de la noche. Desconfiados. La cola entre las patas. Como tiznados de oscuridad. No sé si a ustedes les pasa...
No por hacer filosofía de boliche pero a veces me quedo pensando cuando los veo. No sé porqué. Pienso en lo tanto que fuimos y blablablá... en como se nos fué dehilachando la vida, en como...
Boludeces así.
En el cruce de plaza XXIV Maggio con Corso San Gottardo hay dos bancos, uno de
frente al otro. De la puerta de cada uno de ellos se extiende un porticado que ocupa más o menos toda la cuadra. En el de la izquierda hay una cabina telefónica (tendría que decir había, porque ahora las han hecho desaparecer, pero ése cambio de tiempo me llevaría a tener que admitir un derroche de buenos propósitos con los cuales no supe nunca cumplir... blablabla...).
Hay que aclarar que en aquél entonces (ven como se me embarulla de nuevo, el tiempo) llamar por teléfono costaba un ojo de la cara. Las internacionales, quiero decir. Por eso pasábamos los días a intentar pinchar uno de ésos aparatos.
Las probabamos todas. Algunas funcionaban por un tiempito, hasta que la compañia se avivava y cambiaba el modelo. Entonces empezábamos del principio. Borrón y cuenta nueva.
La ultima me la había pasado un marroquí que era una luz. A mí me costaba un poco, cuestión de practica, con el tiempo le agarrarás la mano. Un pedazo de pan el negro. El asunto era conseguirse un alambrecito fino (en aquél entonces todos llevabamos un alambrecito fino en el bolsillo), y dárle. No funcava en todos, eso sí, por éso había que probar y reprobar.
La de plaza XXIV Maggio era perfecta. Un roble descomunal, plantado en medio de la calle, proyecta una sombra que cubre perfectamente la cabina a los ojos de los meteretes. Lo demás es fácil. Bueno, si uno le agarra la mano, claro.
Basta apretar el botón del 1 tres veces, te llega entonces una señal intermitente, de "ocupado", y ahí dále, metés el alambrecito en el agujero central del tubo y con la otra punta hacés contacto con algo metalico, el flexible del cable por ejemplo, sentís entonces un sonido embarullado del otro lado de la linea, como huevos que frien, como si estuvieras tratando de violar todos los codigos habidos y por haber, y de repente, si la noche te es propicia, te regala un tuuuttuuuut... tuuuut tuuuuut... que te despalanca las puertas dell'empireo. Linea libre, botija... Puahhh! El ruidito más lindo del mundo, a ciertas horas de la tarde. Sobre todo si es domingo. Si vivís en Milán. Y si en Milán acaba de llegar el invierno.
Ese dia estuve un buen rato antes de poder comunicarme. Caía una lloviznita jodedora, fina y cargosa, de ésas que mojan pero no parecen lluvia. Cuando al final enganché la linea empecé a manotear a ciegas. Mi hermana non estaba en casa, el Pocho no respondía, ¿que carajo hacían todos un domingo por la tarde, en pleno verano austral?
Es ahí, en ocasiones como ésas, que me agarraba a veces una luna que me duraba días. El asunto es que non tenía ningún motivo para llamar a nadie. Esperaba, claro, que alguien me respondiera, así, con una de ésas preguntas que preguntas no son, Ohi, ¿pero que hacés? Nada ¿Y que contás? Y que te viá contar, ¿Ustedes como andan? Bien, con calorcito, Ah sí, aquí un tornillo que no te digo...
Cosas así, un poco al pedo, no sé, para charlar un poco, y matar el tiempo.
Estuve un buen rato antes de poter comunicarme, no sé si ya lo dije. Después empecé a recorrer la libretita, para arriba y para abajo. Terminé por llamar al Lucho Vidal, que hace un montón de años que no veo, ¿Pero qué hacés, valor? Aquí andamos, ¿y vos? Bien, per ver el partido, ¿El partido?, entonces te dejo, ¿y quién juega, ché?
Nunca me importó un pito el futbol, el Lucho no se acuerda (hace un montón de años que no nos vemos). Terminamos por hablar de la selección, que se está preparando mucho, con pibes que pintan bien, Vamo arriba la celeste!, gritamos los dos - se grita siempre cuando se habla a larga distancia, ésa y otras pavadas por el estilo, a quién le importa, quién sabe cuando será la próxima vez, ¿De donde me estás llamando? ¿De Milán? Pero cortá, ché, que te va a salir un disparate...
Fué ahí que los ví.
Conformaban una extraña figura, monolítica, casi me asusté. El paraguas dibujaba un círculo de sombra sobre la sombra del piso. Debajo estaban ellos, y me miraban. Limpié el vidrio con la manga y alcancé a ver que eran tres. Tre pares de pies parados delante de la cabina, tres pares de ojos (esto me lo inventée; yo, porqué desde adentro no se divisaban las caras) que me miraban fijo. ¿Que pasa, ché? ¿Que quieren? Me quedé en el molde, mandé un abrazo al Lucho y salí. Ni siquiera los miré. Mostré la puerta y murmuré un Prego, sin pensar. Uno de ellos (creo que fué Jenny, no estoy seguro) me puso una mano sobre el brazo y dijo algo, no sé, tipo ¿Usted es uruguayo? Otra voz agregó Perdone la molestia, algo así (era la voz de Fulvio, de esto me acuerdo).
Entre los dos se divisaba apenas.
No dijo nada. Se quedó ahí, agarrada con las manitos a las otras manos, las medías empapadas, mirando el suelo. Jenny me pidió de nuevo disculpas, Perdónenos, tendríamos necesidad de hablar con usted. En ése momento movió la cabeza, indicando la niña. Se llama Margarita. ¿Podríamos ofrecerle un café, uno de éstos días?
Me la contaron despacito, el martes por la noche. Margarita dormía en su pieza llena de muñecos de peluche. Jenny de vez en cuando se levantaba e iba a controlar. Fulvio volvió con la cafetera llena y una botella de grapa.
Eran propietarios de un barcito, cerca del subte Piola. Un día entró una mujer, pidió un capuchino. Tenía los ojos tristes, hablaba poco y mal el italiano. Jenny se le acercó y empezó a charlar con ella. Siempre le había gustado la gente que venía de otros lados. Supo que se llamaba María Isabel, que tenía una hija de cinco años, que acababa de llegar de Montevideo.
Se volvió como de la familia. Fulvio la llamaba Isabel, a mí me gustaba más María, ella se divertía con éste asunto de los nombres. La chiquita la trajo un día, nos dijo que la señora que la cuidaba se le había ido, así, de un momento para otro, y no tenía con quién dejarla. Desde entonces todas la tardes se quedaba con nosotros. Siempre le comprábamos algo, chucherias, cosas sin importancia, y le arreglamos ésa piecita en la que ahora duerme, para que se sintiera en su casa. Está bien con nosotros, pero no habla.
Un día María Isabel no volvió. Se las dejó por una horas y no volvió a buscarla. Margarita no dijo nada. Nunca más dijo nada. A veces se queda horas mirando el piso, sólo eso.
La asistente social sentenció que se trataba de una cuestión seria. Habló de trafico internacional de menores y pasó los papeles al tribunal. El juez, que la niña se podía quedar con ellos momentáneamente, mientras se buscaba la madre.
La mujer, dijeron, había entrado en el país con una visa turística. Tres meses despuée;s era clandestina. Se sospechava que trabajase como prostituta en Viale Padova, donde imperava el racket de los sudamericanos.
Muchas de ésas desaparecen de un díe;a para otro. Es la ley de la calle. Gente que no vale nada. El funcionario lo dijo como con asco. Despuée;s miró la hora e indicó la puerta.
así por más de un año. Lo hablamos entre nosotros y decidimos pedir la adopción. Margarita seguía sin hablar. El abogado nos dijo que la cosa no era fácil. No somos casados, y Fulvio tiene ya un divorcio en su haber, sabés como son estas cosas en Italia? Lo peor es que el tiempo pasa y nos advertieron que si no se presenta un familiar a reclamarla, la niña será internada en un instituto, esperando el momento en que una pareja "normal" pida de adoptarla. Nos ofrecimos entonces para ponernos a la búsqueda de la madre, o de algún pariente, pero el tribunal nos prohibió todo. Dijeron que podía ser muy peligroso, que el ambiente de proveniencia era de los peores, que nadia sabía como podía ser el resto de la familia, y un montón de otras cosas que nos ataron las manos.
Un día pasó por el bar uno que estaba seguro de haber visto Maria Isabel en una esquina.
Dijo que era irreconocible, que parecía una vagabunda. Que dormía con otros linyeras, arriba de unos cartones, cerca de la plaza XXIV Maggio. Por eso empezamos a darnos una vuelta, de tardecita, a ver si la encontramos. Algunas veces nos llevamos a Margarita con nosotros, aunque haga frío, porque pensamos que si la vé le van a venir ganas de abrazarla, de volver a ocuparse de ella.
Así fué que el otro día te escuchamos, sin querer. Vos gritabas y dijiste algo que le llamó la atención. Se paró de golpe y levantó la cabecita. Hacía tiempo que no lo hacía. Por eso nos quedamos ahí, como idiotas, los tres. Por eso es que te pedimos de hablar contigo.
Encontrar aquella dirección de Montevideo no fué difícil. Mi hermana se preocupó cuando se lo pedí, pero le inventé no sé que. Murmuró algo, tipo En qué andarás vos?, largó una carcajada y me pidió los datos. Dijo que le iba a preguntar a la vecina, que trabaja en el ministerio, donde se sacan las cédulas, y por ahí podía darme alguna información, Hacéme ése favorcito que después te cuento... Jenny estaba parada en una esquina, con Margarita, y Fulvio en la otra, al primer movimiento sospechoso me pegaban un chiflido. Había días en que el aparatito se ponía caprichoso, otros funcionaba que era una maravilla.
El problema son las llamadas, me habían dicho, sabemos que cuestan caras y nosotros estamos medio apretados. Cuando les conté lo del alambre me miraron incrédulos.
Desde entonces todas las noches estamos ahí. Mi hermana dice que la vecina le consiguió hasta las partidas de nacimiento Cuando vuelvas traéle algo, por la gauchada, dice que los viejos fallecieron, que eran dos hermanas, que de una ellas no se sabe nada desde hace tiempo. La que queda hizo varias denuncias, pero nadie le ha sabido decir nada Resulta que hay una menor de por medio, también, ya te diré... Ah, te doy el numero, escribí...
El domingo decidimos llamar. La estratagema era que yo me hiciera pasar por un funcionario del tribunal y que tratara de sacarle informaciones. Teníamos que estar seguros de qué tipo de gente se trataba Parece que buena onda, de trabajo, viven por la Unión, si tenían idea de lo que estaba pasando.
Cuando me presenté, del otro lado se hizo un silencio largo. Yo hablaba y miraba la lista de las preguntas. De a poquito empecé a explicarle la situación, paso a paso. A un cierto punto paré, porqué sentía un ruido extrano. ¿Me está escuchando?, le dije. Me llegó como una especie de rugido, un grito sordo que le estaba desgarrando la garganta. Me dí cuenta que la mujer lloraba desde hacía ratos. Miré hacia afuera y ví un linyera que preparaba los cartones para la noche. Del otro lado de la calle los tres me miraban, agarraditos de la mano.
Ahora la llamo por nombre, Estela, ella sigue pensando que soy un funcionario del tribunal - ni siquiera se dió cuenta que era domingo, la primera vez - le hago una lista siempre nueva del papelerío que tiene que presentar, Traducido y legalizado, no se olvide, ¿estamos?, de los que tiene que volver a hacer porqué se vencieron, de los que faltan o demoran en llegar. Ella insiste, ¿Como está la niña? Y yo, Tiene que apurarse, ¿me entiende? Aqui la ley no espera a nadie. Dígame algo! ¿Y porqué no ha mandado éso? ¿Y está segura que le interesa?, mire, pienseló, porque si no buscamos otra solución.
Sentía que me estaba odiando, de a poquito - un día me lo confesó - mientras yo interpretaba mi papel y trataba de imaginarmela. Mientras afuera llovía y los tres me miraban abajo del paraguas y el linyera preparaba la cucha y la noche caía sobre Milán y yo me seguía preguntando porqué carajo estábamos aquí, hacíendo lo que estábamos haciendo.
Todas las noches me iba hasta allá. Comíamos algo, compartíamos novedades, nos dabamos coraje. El tiempo pasaba y no llegaban noticias. Cuando me despedía, generalmente no tenía ganas de dormir (hace tiempo que no tengo ganas de dormir), entonces me tomaba el subte y me iba hasta plaza XXIV Maggio.
El linyera estaba estaba siempre ahí. Habían otros, claro. Pero él estaba siempre solo, y no hablaba con nadie. Yo caminaba y canturreaba despacito alguna canción de aquellas que andaban de moda entonces. Por todos lados bultos sin cara. Alguna vez probé a decir, en voz alta: "Isabel", mientras caminaba, "María Isabel"... nada, algunos rezongaban desde abajo de las cobijas, otros me miraban feo. Después me metía en la cabina y llamaba a alguien. A veces alguno me respondía. ¿Que hacés, che? ¿Que hora es por ahí? ¿Y, como andás? ¿El laburo?
Un día Jenny me mandó a buscar. Fulvio llegó en una Vespa que hacía un barullo descomunal y me hizo seña de subir. Margarita había empezado a hablar. Estaba jugando en su cuarto cuando improvisamente sintieron su voz. Parecía come si estuviera contando historias a sus muñecos. Si alguien entraba paraba de golpe.
Yo me quedé en la puerta. Me senté en el piso y me quedé ahí, mirandome los pies. Después de un rato empezó de nuevo. Mezclaba una historia de un cachorro de coatí donde reconocí a Quiroga. Seguro que su madre se la había leído. Hablaba del agua, y de como se portaba mal. De un agujerito por donde el coatí miraba el mar. De un viaje largo, que no terminaba nunca. De gente que hablaba en voz alta y decía palabras que élla no entendía. La madre lloraba cuando se fué. Pero le dijo que no tenía que llorar. La vida de los coaticitos es así. Que no tuviera miedo. Que ella iba a pasar a ver como estaba, todas las noches.
Los papeles llegaron de ahí a unos días. El juez llamó y comunicó la novedad. Había aparecido una tía en el país de origen de la menor, que la reclamaba, y que había hecho todos los tramites necesarios para su regreso. Que prepararan la valija. Apenas llegaba el pasaje había que embarcarla.
Aquella fué la ultima vez que llamé. Le dije como estaban las cosas, quién era yo, y como nos habíamos inventado todo. Ella primero me puteó, me dijo que hacía meses que se ponía a temblar cada vez que llamaba el teléfono, que odiaba mi voz y el modo en que la trataba. Después me dijo Gracias, algo sí, se sentía poco. Agregó otras cosas, dijo que hubiera querido abrazarme, algo así, no sé, me parece...
Fué la ultima vez que llamé, no sé si ya lo dije. A veces me vienen ganas, no digo que no. La botija se fué caminando despacito, al lado de la azafata. No miró para atrás, y pienso que fué mejor así. Jenny y Fulvio la vieron desaparecer, agarrados de la mano.
Una vez fuí a visitarlos, después nunca más. La piecita seguí ahí, con todos los muñecos que no pudieron embarcar. Exceso de equipaje, parece. Ésa noche les terminé de contar la historia de los coatíes. Cuando terminé no dijeron nada.
Yo me volví caminando a plaza XXIV Maggio. Era una noche como ésta, de éso me acuerdo bien. Caía una lloviznita cargosa, como ahora, de las que mojan pero no parecen lluvia. Anduve recorriendo un poco, para arriba y para abajo, canturreando entre dientes. Por un momento estuve por entrar en la cabina y llamar a alguien. No sé a quién. Después miré hacia adentro y ví que estaba ocupada. Había uno que gritaba. Larga distancia. Seguro que le había funcionado el alambrecito.
Arreglé los cartones y me tiré a dormir.

Bollettino '900 - Electronic Journal of '900 Italian Literature - © 2023
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gennaio-maggio 2023, n. 1-2
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